lunes, 23 de marzo de 2020

Miedo (I). Entender el miedo

Las emociones son un aspecto fundamental de nuestra existencia y pueden definirse como estados del sistema que se desencadenan ante estímulos relevantes para la supervivencia y cuya finalidad es ayudar al organismo a tomar rápidamente decisiones sobre la forma más adecuada de reaccionar frente a esos estímulos.
Existen diferentes emociones, y el miedo es una de ellas. De hecho, junto con la ira, tristeza, alegría, sorpresa y asco, forma el conjunto de las seis emociones básicas que en su momento propuso el psicólogo Paul Ekman, si bien no existe pleno consenso respecto al número exacto de las mismas. Una cosa que tienen en común estas emociones básicas mencionadas es que todas presentan un patrón facial de expresión característico.


El miedo es una respuesta organísmica, de todo el sistema, un mecanismo evolutivo de defensa con el cual ya venimos preprogramados y que nos ayuda a protegernos de adversidades y peligros en pos de la supervivencia. Se trata, pues, de un mecanismo beneficioso para el individuo y para la especie.
Una cuestión fundamental para un conocimiento y gestión adecuados del miedo es que sólo se activa ante la percepción de una amenaza. Dicho de otra forma, sin vivencia de amenaza no hay miedo. A su vez, la amenaza es el resultado de una valoración que hace nuestro sistema, de manera consciente o no, entre un determinado objeto, situación, persona, etc. y los recursos disponibles para  resolver, superar, soportar o hacer frente a dicho estímulo. Es decir, cuando hay suficientes recursos para afrontar con garantías de éxito el potencial factor de riesgo, no habrá sensación de amenaza y, en consecuencia, no habrá miedo. Así, cuando hay miedo, conocida o no, siempre hay una razón. No hay miedos injustificados. El miedo nunca está colgado en el vacío.

Tomando pues perspectiva, vemos que en última instancia, el miedo siempre será la resultante de una disponibilidad de recursos insuficiente frente a un potencial factor de riesgo. Por lo tanto, aumentar los diferentes tipos de recursos irá siempre en la dirección de disminuir las probabilidades de tener miedo.
Esta mirada en relación al miedo puede contribuir a proporcionar una forma alternativa de su gestión a la puramente sintomática, usada con profusión. El miedo es una consecuencia, como lo es el humo cuando hay fuego. Es un síntoma, como lo es la fiebre cuando hay una infección. ¿Qué sentido tiene acabar con la fiebre, el síntoma, si no se aborda la causa que la produce? Matar al mensajero, hacerlo callar, no parece una estrategia que pueda tener mucha efectividad. Sin duda, en momentos puntuales o en determinadas circunstancias, puede tener su contribución, pero como estrategia general e incluso única, es muy probable que dé frutos pobres. Con todo, este abordaje sintomático es muy habitual en psicología, en particular desde las perspectivas conductual y cognitiva.
Así pues, desde la perspectiva de que el miedo siempre responde a una causa, que siempre tiene una razón de ser, el abordaje sintomático no bastaría para su resolución radical y, desde esta óptica, una gestión eficiente del miedo cambiaría el hecho de luchar contra él por el hecho de aceptarlo e integrarlo.


El miedo no se vería entonces como enemigo, sino como un amigo que, al igual que ocurre con el dolor, nos avisa de que algo anda mal.
De esta forma cambia la relación que se establece con él, pasando de ser visto como algo a eliminar, a ser considerado como algo a respetar, a escuchar de forma activa, a explorar con curiosidad, a mirar sin juicios, a entender, para poder descubrir qué se esconde detrás, cual es su mensaje.
La lucha directa contra el miedo no sólo no lo resuelve, sino que contribuye a su mantenimiento pudiendo aumentar su frecuencia e intensidad.

Francesc J. Fossas

1 comentario:

  1. Francesc una excelente idea lo de crear este blog
    La incertidumbre es ahora la gran amenaza

    ResponderEliminar